8 tesis críticas
sobre las últimas
catástrofes en chile
1- Los
últimos sucesos no son
catástrofes naturales
Por más que lo repitan los medios y
el gobierno, las consecuencias del Terremoto del Norte Grande y el incendio de
Valparaíso no fueron causadas por la “naturaleza”, fueron causadas por la
configuración capitalista del espacio afectado. Sabemos que los terremotos y
tsunamis son eventos que han moldeado nuestra geografía durante millones de
años. Y que durante varios miles de años, nuestros pueblos originarios han
vivido en este territorio con la concepción integrada del cambio permanente,
con los terremotos y maremotos formando parte indisoluble de sus actividades,
estando integrados en la cultura íntima de sus habitantes, quienes siempre
supieron adaptarse al medio leyendo e interpretando las señales de su ambiente.
Sin embargo, el hecho cultural (no
natural) de que las casas en el norte estén mal construidas y sucumban ante el
temblor, o que la gente viva apiñada en los cerros de Valparaiso, en zonas con
propensión a los incendios, no es producto de razones “naturales”, sino
relacionadas con la específica forma en que se estructura nuestra sociedad: eso
que llamamos economía y sistema político. El ejemplo más claro para graficar
esto es que cuando se produce un terremoto, una avalancha u otro hecho violento
en una parte del planeta que no está habitada por humanos, ahí nadie habla de
“catástrofe”.
Es solo cuando personas se ven
involucradas en un hecho así que se habla de catástrofe, y las personas no
viven en el aire, viven en un determinado modelo de sociedad, por tanto la
manera en que se estructure esta sociedad determinará las consecuencias de un
incendio, un terremoto o un maremoto. Un ejemplo simple es comparar las
magnitudes de los sismos: un terremoto de 7 grados como el de Haití en 2010
puede causar cientos de miles de muertos en el país más pobre de América
Latina, pero en Chile un movimiento de esa magnitud probablemente no causaría
tantos daños ni víctimas como en Haití. Los millones de muertos de las
inundaciones en China debido a las crecidas naturales y luego a las colosales
obras del Estado modificando la irrigación de los grandes cauces del Rio
Amarillo durante todo el siglo XX son un ejemplo aún más brutal. Y es que las sociedades humanas actuales, las
que se desarrollan bajo la óptica de la satisfacción de la producción de
mercancías y no de las necesidades humanas reales, son probablemente las más
fragiles de toda la historia. Nunca antes hemos estado tan a merced de una
tragedia constante: la hambruna y las carencias de un tercio de la
humanidad, las enfermedades totalmente curables que siguen matando a millones
(como la diarrea) y la violencia producto de la miseria que hacen estragos en
el cinturón ecuatorial y en las barriadas periféricas de todas las megalópolis
del mundo. El capitalismo reproduce a la propia población humana de forma
vertiginosa, incrementándola hasta niveles jamás vistos en la historia[1],
y así, pequeños cambios en los sistemas climáticos o bien los eventos
periódicos como terremotos o tifones provocarán mayor cantidad de víctimas
fatales de forma directa por el evento en si, y de forma indirecta por el
colapso de los frágiles sistemas de soporte de vida de la mayor proporción de
la población del planeta. Cada vez el proletariado* mundial está más y
más indefenso y desprovisto ante una naturaleza que esta separada brutalmente
de su realidad. Y debido a esto, su
capacidad para sobrevivir a un evento imprevisto, o de desarrollarse como un
ser autónomo fuera de los frágiles circuitos de mercancías de las sociedades
actuales disminuye notoriamente.
Con respecto a los incendios
peri-urbanos o rurales, su probabilidad de
ocurrencia durante un año seco siempre es alta, sin embargo, durante las
últimas décadas ésta ha sido incrementada debido al avance de los monocultivos
agrícolas y forestales que degradan los suelos e influyen en los climas
locales, secando las fuentes de agua y propiciando las condiciones físicas y
químicas para que las plantaciones industriales, abarrotadas de árboles
hacinados y sin cortafuegos adecuados, ardan descontroladamente. Asimismo, la mayor parte de las periferías
urbanas del centro sur de Chile, es decir, la gente más pobre de cada ciudad o
pueblo, es vecina directa de estos peligrosos árboles-clones de propiedad de
las familias Angelini (Forestal Arauco) y Matte (Forestal Mininco-CMPC) y por
ende, está en constante peligro de incendios.
Desde el río Mataquito hasta Valdivia, las plantaciones ahogan los
territorios. El incendio de Quillón en enero de 2012 dejó la muerte de dos
personas, más de mil damnificados, la destrucción de más de 224 viviendas, y la
quema de más de 28 mil hectáreas de bosque nativo, plantaciones, pastizales y
matorrales e incluso hasta la propia área de Paneles de la planta de Celulosa
estrella de Angelini (Nueva Aldea) resultó destruída.
Lo que queremos decir es que lo
verdaderamente catastrófico no fue la escala de magnitud del terremoto en
Iquique o la voracidad del fuego en Valparaiso, lo verdaderamente catastrófico
es vivir en una sociedad que permite que miles de personas vivan abandonadas a
su suerte frente a este tipo de sucesos. La catástrofe no es nunca “natural”,
la catástrofe es siempre social.
2- Es
inevitable hacer un análisis
de clase
Ya que dejamos claro que no estamos
ante catástrofes “naturales”, sino que sociales, es fácil ver como las
consecuencias de estos desastres repercuten según cómo está estructurada una
sociedad. En nuestro caso vivimos en sociedades capitalistas en donde conviven
diferentes clases sociales, en tal sentido el “nivel catastrófico” de estos
eventos es distinto para cada grupo social. Los pobres son los que sin duda
viven con mayor dolor estos sucesos, mientras que los mega-empresarios pueden
ver en estos hechos una increíble oportunidad para hacer negocios (recordemos
las gift-card canjeables en las mega-empresas del Retail o las
licitaciones para las inmobiliarias por los nuevos terrenos disponibles, ahora
libres del populacho). Sabemos de restaurantes caros que seguían funcionando
después del terremoto en el Norte, a pesar de la falta de agua en algunas
poblaciones de la periferia. Sabemos que al sector del barrio universitario de
Concepción se les arreglaron los problemas de inundación el mismo 2010 mientras
en otras partes, como en Dichato (donde estaba el campamento más grande de
chile post-terremoto), tuvieron que cortar la ruta y enfrentarse a los pacos
para que se les diera importancia.
Otro ejemplo de que las catástrofes
son producidas socialmente puede emerger del análisis del paso de los
frecuentes huracanes en el Caribe y el Golfo de México. En 2005, el gigantesco
huracán Katrina golpeó la costa del sur de Estados Unidos, causando gravisimos
daños, inundaciones y varios miles de muertos, especialmente en la población
más pobre y vulnerable en localidades como Nueva Orleans o Misisipi. El más
preparado y moderno ejército del planeta no quiso -y probablemente tampoco
hubiese podido- rescatar a sus compatriotas que perecieron ahogados, de hambre
o de falta de atención médica. Las autoridades de la administración Bush II
hicieron gala de una incompetencia ejemplar durante la crisis. Luego, los
suculentos negocios en la reconstrucción favorecieron la nueva planificación
capitalista de la ciudad, marginando a los latinos y negros (los principales
afectados) a ghettos mas alejados. Sin embargo, hay una diferencia sustancial
con otro Estado capitalista de la región cuya configuración político-social es
muy distinta. En Cuba, la economía planificada y los planes de contingencia y
reconstrucción estuvieron siempre mejor preparados que la sociedad en extremo
mercantil en Nueva Orleans por poner un ejemplo. No hacemos una apología al
régimen cubano, pero reconocemos que las iniciativas de planificación funcionaron
de forma más eficiente que las de su vecino del norte, demostrando una vez más
que las consecuencias de las catástrofes siempre están relacionadas
diréctamente con el modelo político imperante en el territorio.
Que un hecho sea o no sea catastrófico
depende de tu clase social y tu nivel de poder e influencias, esto es una
realidad que nos vuelve a demostrar que no estamos ante catástrofes
“naturales”, sino sociales.
3- Los
militares no están
para ayudar, están para proteger la normalidad
capitalista
Muchas y muchos ya hemos podido
darnos cuenta para qué sirven los militares al ver en qué se gastan gran parte
del presupuesto del Estado: armas para matar, cursos de guerra y estrategias de
vigilancia y control, etc. Es obvio que la institución militar no existe para
ayudar, sino principalmente para asesinar y dominar, pues está evidentemente
estructurada y prepara para esto. Sin embargo, no está de más derrumbar este
mito cuando aún mucha gente cree que podrían ser “útiles” en otros aspectos,
sobre todo en las llamadas catástrofes “naturales”. El hecho concreto que
demuestra que esto es falso ocurrió después del mega-terremoto que vivimos en
el centro-sur de la región chilena en 2010. Después del evento cientos de miles
en esta zona quedaron sin electricidad, agua, combustibles o alimentos,
mientras que otros miles sin hogar. Algunos murieron bajo los escombros o
tragados por el tsunami. Pese a todo, los militares no salieron a ayudar a
nadie, ni siquiera a repartir una botella de agua. Lo que verdaderamente
gatilló la salida de los militares el 2010 no fue la ayuda que necesitaba la
población civil, sino los saqueos a las mega-estructuras del Retail. Fue
sólo cuando miles se abalanzaron a expropiar alimentos y otras mercancías a la
burguesía comercial, cuando los militares salieron a las calles con la
principal misión de proteger la propiedad privada, no de “ayudar” a la gente.
El hecho de que la ayuda solidaria tras el incendio de Valparaiso esté siendo
llevada a cabo principalmente por civiles de la comunidad, refuerza el hecho de
que los militares no están tanto para proteger a la gente, sino que para
proteger la normalidad capitalista, la libre circulación de personas y
mercancías, y por supuesto para la protección sagrada de la propiedad privada
de la burguesía, amenazada con mayor énfasis en estos contextos de catástrofe.
Si los militares son capaces de
poner un hospital de campaña en Iquique, es exclusivamente porque tienen el
monopolio para ejercer este tipo de acciones ¿quién más tendría la capacidad
para hacer esto? Por otro lado, esos hospitales de campaña no fueron adquiridos
para ayudar a la gente, sino principalmente para ser utilizados en la guerra,
si no fuera así los militares no los tendrían. Ponerlos a “disposición” de la gente
en estos contextos les sirve como ejercicio de preparación militar y para
aumentar su legitimidad como institución a “nivel civil”.
Las catástrofes son además una gran
oportunidad para los militares. Pueden realizar sus juegos de guerra: ocupar
ciudades, dipararle a gente indefensa (una de sus principales actividades
cuando entran en “combate” durante una guerra real), movilizar material,
pertrechos, buques hacia las caletas del norte, etc, etc. Y así lo han hecho
antes también. Luego del terremoto que detruyó Valparaíso en 1906, un marino,
llamado Gómez Carreño se dedicó a fusilar a los saqueadores, hoy hay un barrio
en esa misma ciudad que lleva su nombre. Casi cien años después, la mañana del
10 de marzo de 2010, Daniel David Riquelme Ruiz, de 45 años, fue encontrado
muerto en la cancha de fútbol próxima a la población El Triángulo de Hualpén
(8va región del Bio-bío). De acuerdo a la autopsia del Servicio Médico Legal,
el recolector de cartones fue brutalmente golpeado y las lesiones eran compatibles
con las botas y las culatas de las armas que portaban los cinco infantes de
Marina detenidos tras diligencias de la PDI. Ejemplos como estos hay muchos y
probablemente caerán en el olvido.
Además, otro hecho poco conocido es
que las fuerzas armadas se olvidan muy rápidamente de ese pueblo que juran
defender, pero que en la práctica se transforma muy fácilmente en su enemigo
cuando la situación lo requiere. “Durante el tsunami del 27F, la Marina en
Talcahuano tenía información de lo que sucedía. Las naves que habían salido del
puerto le informaron sobre la inminencia del desastre. Por eso, ordenó el
desalojo de la Base Naval de Talcahuano, lugar en el que permanecieron dos
personas que, posteriormente, perecieron ahogadas. Sin embargo, los efectivos
de la Armada no alertaron a la población acerca del peligro. Y eso no fue
casual. Los minutos vividos por la tripulación del submarino ‘Scorpene General
Carrera’ (SS-22) ilustran con propiedad lo que sucedió en esos momentos”.[2]
¿Cuanto hubiese costado hacer sonar las alarmas de los buques? ¿o disparar una
salva de municiones para avisar a la población? No, los buques de guerra
partieron silenciosamente hacia alta mar para capear las olas del tsunami,
dejando a la población del puerto a su suerte.
4- Los medios transforman las catástrofes en
mercancía vendible como
rating
El principal objetivo de los medios
de comunicación dominantes no es informar, sino construir una “opinión pública”
que permita a sus dueños (burgueses en general, liberales o conservadores)
seguir generando ganancias (por la publicidad o por la reafirmación de este
sistema). Cuando ocurren catástrofes esto no cambia, por eso si los medios
en conjunto se ponen a transmitir sobre las catástrofes no es por altruismo o
una vocación por ayudar al prójimo informando lo qué ocurre, sino
principalmente para aumentar sus niveles de audiencia, y por tanto subir sus
ganancias[3]. Esto se vio claramente cuando los medios, después del
incendio de Valparaíso, olvidaron completamente lo sucedido en el norte,
actitud motivada por su inmediatismo y su necesidad de buscar algo más
llamativo para atraer más consumidores a sus productos culturales inocuos
(noticieros, matinales, programas de entrevistas y más programación que lucra
con estos hechos). Por eso al encontrar una catástrofe que “vendiera más”,
olvidaron a todas y todos los del norte de un chispazo.
Los medios están al tanto de que
estos hechos generan gran expectación y por tanto los explotan al máximo,
porque la sangre que los hace vivir es el rating. Por supuesto, dentro de sus
“paquetes informativos” no comunican las causas profundas de las catástrofes:
segregación de sectores populares a las periferias y cerros, pobreza de las
viviendas, mala estructuración urbana, inoperancia del sistema político, etc.
No hacen jamás una crítica estructural al problema, porque esto significaría
criticarse a ellos mismos (sólo son capaces de generar un discurso más
cuestionador cuando esto les implica rating, es decir, una mercancía
comunicativa vendible y que genere ganancias, o cuando la “opinión pública” se
amplía y ellos deben recuperarla para encaminarla por donde necesitan). Es
por eso que frente a la incapacidad de generar un discurso crítico global, se
preocupan siempre de lo micro, así evaden dar explicaciones muy complejas y
cuestionar el modelo. Por eso ponen el foco en preguntarle una y otra vez a
los niños que se quedaron sin hogar “¿se te quemaron todos tus juguetes?”, o
hacer una nota de 10 minutos sobre el caso específico e individual de una
abuelita que “perdió todo”, haciendo gala de su supuesta “sensibilidad
periodística”, que no es más que una estrategia morbosa para vender una
mercancía comunicativa, con primeros planos en los rostros llenos de pena,
música que evoque tristeza y demases formulas mil veces ultrajadas, pero que
lamentablemente funcionan. Por otro lado, los medios se beneficiarán de lo
ocurrido, como sucedió en la 8va región. Después del maremoto que asoló Dichato
en 2010, los medios montaron un espectáculo con el supuesto objetivo de ayudar
a la gente. Ya han pasado 4 años del terremoto y el famoso “Viva Dichato” sigue
transmitiéndose, transformándose así en una lucrativa franquicia del canal
privado de TV “Mega”.
5- Las catástrofes
pueden ser un excelente negocio para
la burguesía
Después de estos eventos, el Poder
comenzará con el tramposo discurso de la reconstrucción. Para ellos, éste
significará siempre la reconstrucción de sus propios intereses. Como después
del 27F, el Estado y los privados intentarán apropiarse de muchas tierras
valiosas. Inmobiliarias querrán ocupar zonas afectadas con alto valor, mientras
que el Estado verá en la catástrofe una excelente oportunidad para apartar a
los pobres hacia zonas aún más periféricas, alejando así la “suciedad” y el “subdesarrollo”
de sus centros comerciales, financieros y turísticos. Aquellos pobladores
que no cuentan con títulos de dominio de las tierras que habitaban antes de la
catástrofe se verán con la amenaza de quedarse sin lugar donde volver a
levantar sus viviendas, ya que el Estado o los privados buscarán apropiarse de
muchos de esos terrenos. En el centro de Talca, por ejemplo, en donde aún
habitaban sectores populares en casas antiguas que durante el 27F se cayeron,
ahora hay enormes edificios inmobiliarios. En el Gran Concepción, poblaciones
como Villa Futuro o Aurora de Chile, que no sufrieron daños con el terremoto,
han sido objeto de presiones para que se desplacen bajo supuestos argumentos
técnicos de inhabitabilidad y engaños de todo tipo, ya que sus tierras valen
mucho dinero. En Dichato, se aprovechó la destrucción del borde costero, para
que intereses turísticos y estatales se apropiaran del mismo. Esta no es una
dinámica del Estado chileno, es una tendencia del Capitalismo a nivel mundial.
El mega-maremoto de 2004 en India también sirvió para expulsar a los pobres de
las zonas costeras con alto valor comercial, en donde hoy podemos ver circuitos
turísticos y grandes hoteles.
No solamente los empresarios se
benefician. Los tecnócratas también esperan las catástrofes de este tipo para
replantear sus mecanismos de control y para probar otros. Son las
oportunidades precisas para reconfigurar la asistencia estatal a los flujos
mercantiles en el territorio, para erradicar poblaciones, idear nuevas normas y
protocolos de seguridad etc. Así es como los mecanismos de respuesta de
organismos como la ONEMI aprenden de cada evento para aplicarlo en el futuro.
Un ejemplo destacado por ellos mismos ha sido la no ocurrencia de saqueos
durante el último terremoto en el norte, probablemente potenciada por la
satanización mediática durante los eventos post 27F.
6- Frente a
la catástrofe, el poder grita: ¡Caridad, caridad, caridad!
El Estado buscará que
sus “ciudadanos” intervengan en el problema a través de una forma especifica:
la caridad. Llamarán a “ayudar” a través del consumo y siempre con la mediación
del dinero (como ocurre con la Teletón). “Done dinero en esta cuenta”, “compre
en este centro comercial que está aportando a los vecinos”, “deje sus donaciones
en este centro de acopio”, vociferarán los medios de desinformación. Las
acciones que trasciendan al dinero como medio de acción serán desestimadas por
considerárselas ineficientes, ilegales o poco efectivas, como ya se ha visto en
Valparaiso. Los medios dirán por ejemplo que no hacen falta voluntarios,
cuestión desmentida por muchos solidarios que están hoy en día limpiando el
desastre y ayudando a los y las pobladoras (luego de estas críticas los medios
han vuelto a decir que sí son necesarios voluntarios). En realidad a lo que se
refieren los medios es que no se necesitan más voluntarios autónomos, sino
enrolados en las ONGs respectivas. Para el Estado, la manera correcta de
ayuda, aparte de la donación de dinero, será el voluntariado institucional fomentado
por ONGs vinculadas al empresariado como por ejemplo: “TECHO”, un espacio
para que las y los jovenes de buena situación puedan aportar de manera legal,
siempre dentro de la lógica vertical de la caridad, para la autocomplacencia
(“¡Mirenme! estoy ayudando, me gane un pedazo de cielo ayudando a los pobres”)
o simplemente para comenzar su carrera política en las juventudes de algún
Partido. El Estado buscará tener todo bajo control y por su arrogancia (y
obviamente por sus necesidades) no creerá posible que pueda haber una
organización espontánea por parte de la población civil. Quienes se
embarquen en una acción de solidaridad autónoma más allá del dinero y estas
instituciones, verán rápidamente las contradicciones y entenderán que el
problema no es cuantitativo, es decir que no se soluciona con más plata o
mediaguas, sino que hay problemas estructurales y más profundos, cualitativos. Frente
a esta denuncia, el voluntariado autónomo será incluso reprimido por el Estado
como se vio en la “marcha de las palas” en Valparaiso, en donde fueron atacados
por la policia, lo cual, dicho sea de paso, refuerza la tesis N°3 de este
escrito.
7- Lo
realmente catastrófico es
el urbanismo capitalista
Las ciudades actuales son habitadas
por nosotros, pero diseñadas por otros. Nuestro único grado de participación en
la construcción de las mismas es habitarlas y punto. El desarrollo inmobiliario
y los planes del Estado son los que deciden qué, cómo y cuándo construir. Esto
ha provocado una ciudad altamente segregada, en donde el desarrollo es
equivalente a la construcción de mega-carreteras, puentes, centros comerciales,
clínicas y hospitales, casinos, etc. Los pobres deben estar alejados lo máximo
posible de ésto. Mientras sus casas no se vean, da igual, pueden vivir con las
migajas de este “desarrollo”. El territorio es ocupado así, de forma
diferenciada por las clases sociales, y las más bajas serán siempre las que se
lleven las peores consecuencias de cualquier imprevisto (inundaciones,
incendios, terremotos, tsunamis, aluviones, etc), porque están abandonadas a su
suerte. Sin embargo, la crítica al urbanismo capitalista no puede quedarse en
una mera denuncia de la desigualdad, hay una pobreza cualitativa en las formas
de vivir que trasciende a todas las clases sociales (obviamente afectándolas
diferenciadamente).
La ciudad actual mantiene a las
multitudes aisladas unas de otras, encerradas en una circulación incesante del
trabajo a sus casas, en largos viajes que ocupan parte importante del tiempo de
la vida. Lo que se estila como aspiración es cada vez más
la figura del ciudadano aislado en su automóvil, con su iphone en la mano y
viviendo en un seguro y funcional departamento inmobiliario en donde no tiene
que conocer a ninguno de sus vecinos para poder subsistir. Se han roto las
relaciones comunitarias que alguna vez existieron dentro de algunos espacios de
las urbes.
El individualismo y la desconfianza
en “el otro” son extremos, quizás como nunca en la historia. El único lugar en donde estos lazos comunitarios aún persisten, aunque
sea a niveles cada vez menores, es en
las poblaciones más marginales, ya que sus habitantes aún necesitan de sus
vecinas y vecinos para sobrevivir (desde pedir una taza de azúcar, cuidar a las
niñas y niños, hacer una protesta contra una megacarretera que pasará por sobre
sus casas, hasta colgarse en conjunto a la red de electricidad). A pesar de
todo, aunque el urbanismo capitalista aliena a la población en general, son los
pobres los más dispuestos a combatirlo. Esto no se deriva del hecho de que
tengan una conciencia más revolucionaria, o de un esencialismo que pregona
sobre un “pueblo” que es en esencia más combativo y noble (como si el hecho de
ser explotado ennobleciera a la gente y tuviésemos que estar orgullosos de ser esclavos).
Sino que se deriva de un simple hecho material, que es que el urbanismo
capitalista choca directamente con sus intereses, porque éste cada vez ansía
más los territorios de los pobres para generar mayor desarrollo inmobiliario,
una de las fuentes de alimentación de la economía capitalista.
8- Las catástrofes tensionan el modelo y develan sus contradicciones (tesis de conclusión)
El sistema economico-político-social
actual incrementa constantemente la vulnerabilidad del proletariado mundial, despojándolo
de su capacidad humana natural para hacer frente a cualquier tipo de cambio
considerado normal en su ambiente. La tecnologización constante de las
funciones humanas, de los pensamientos y las emociones, la dependencia absoluta
al sistema comercial-especulativo y su evolución hacia abstracciones técnicas
cada vez más complejas, se han propuesto erradicar todo aquel modo de vida que
mantenga relaciones no mercantiles con su territorio y esté conectado a él
mediante sus conocimientos culturales ancestrales.
Las últimas catástrofes nos
demuestran que, al igual que en tiempos pasados (e incluso pareciera que cada
vez peor) nuestras ciudades son frágiles ante determinados sucesos. Más allá de
nuestros viajes al espacio, celulares con súper tecnología, maquinas de
televigilancia voladoras, cirugías estéticas y otras “maravillas” de nuestra
civilización, aún millones viven en la absoluta desprotección en todo el mundo.
Por otro lado, vemos la dependencia extrema al aparato industrial que nos ha
transformado en seres totalmente dependientes (o estúpidos, basta con vernos en
el WhatsApp, el Facebook, Twitter o frente a la tele por horas, o incluso días
enteros). Basta imaginarse qué pasaría con nuestra civilización urbana mundial
con un mes sin suministro de agua potable o electricidad, o aún más
catastrófico, sin petróleo. Incluso podríamos caer en un caos mundial sin
telefonía e internet por unas cuantas semanas. Es paradójico que la
“tecnosfera” hiper-desarrollada que nos envuelve constituye a la vez nuestro
mayor “orgullo” como civilización y nuestro mayor peligro. Frente a su caída
quedaríamos miles de millones totalmente desamparados, como desconectados del
útero artificial que nos contiene. Hay que admitir que pocos de nosotros/as
saben hacer algo tan básico como plantar y cosechar alimentos, o bien algo un
poco más complejo pero imprescindible como construir una casa. El monopolio
de la técnica y la dependencia al aparato tecno-industrial han destruido
conocimientos colectivos ancestrales que la mayoría de la población podía poner
en práctica hace algún tiempo, y en ese sentido conservar cierta autonomía del
Estado y quienes monopolizan la técnica, el conocimiento y el poder. Por
algo la conformación del Capitalismo[4] como modelo único necesitó (y
necesita siempre) quitarle el suelo a las comunidades, arrebatarle el
conocimiento ancestral sobre el entono natural y sobre sus cuerpos a mujeres y
hombres, medicar para normalizar y atacar los síntomas -stress, ansiedad,
depresión- en vez de las causas de estas problemáticas.
Por otro lado, vemos como estos
hechos develan algunos patrones del sistema. Por ejemplo la fusión
económico-estatal, o la falta de antagonismo entre intereses estatales y
privados. Esto se vio claramente con las famosas Gift-Card que entregó
el gobierno a través de las grandes empresas de venta de mercancías. Ahí se
demuestra que Estado y mercado son colaborativos y se desmienten las tesis de
un nuevo izquierdismo-ciudadanista que aspira a acrecentar al Estado como
supuesto antagonista de los intereses mercantiles, por mucho que algunos
sectores del pueblo organizado busquen manipular y dirigir las intenciones y
necesidades de eso que llaman “las masas”. Un crecimiento económico del
Estado no implicaría que la gente adquiriera más capacidad de decisión sobre
los asuntos que la rodean, a lo sumo podría redistribuir de forma más
igualitaria las mercancías, pero en ningún caso aboliría la cultura del consumo
y la dictadura de la economía sobre el resto de las esferas humanas. Es
decir, estaríamos frente a un remake del reformismo que lejos de debilitar el
modelo, podría darle nuevos bríos. Como si el actual sistema se pudiera parchar
y seguir andando en su frenesí de destrucción de las relaciones sociales y de
sometimiento de las mayorías, que ven como sus vidas pasan frente a sus ojos
como si fueran verdaderos espectadores de una obra teatral en la que no han
tenido ni tendrán nunca ninguna participación, pero en donde sí podrán siempre
obtener una zapatilla marca NIKE, un super-celular inteligente o incluso una
cámara para grabar y fotografiar su propia obra individual y subjetiva para
“compartirla” por las redes sociales. Todo lo cual es parte indisociable de la
miseria mundial de la dictadura el dinero.
Pese a este mensaje algo pesimista,
también podemos decir que la esperanza brota en nuestros pensamientos cuando
vemos que el poder del mercado y el Estado no son omnipresentes, por lo
menos en el llamado proceso de “reconstrucción” que está viviendo Valparaíso,
ya que hemos visto como la propia comunidad, los voluntarios, las vecinas y
vecinos, y la gente en general es la que quita los escombros y ocupa nuevamente
el territorio. No son ni el Estado, ni el mercado, sino las relaciones
históricas de comunidad las que salvaguardan a los afectados. La burocracia
estatal y la avaricia empresarial no podrán solucionar un imprevisto como este,
es sólo la propia gente la que realiza las verdaderas acciones de solidaridad
(en sentido horizontal, a diferencia de la caridad que como decíamos se da de
arriba hacia abajo). Esto nos revitaliza al menos por el momento, porque
demuestra la ineptitud, ineficiencia y estupidez de un sistema que es inútil
para enfrentar estos sucesos. Solo la comunidad ayuda a la comunidad.
Si bien la clase dominante aprovecha
hoy las instancias de precariedad del pueblo durante las catástrofes para
avanzar en sus intereses, el violento avance puntual de las placas tectónicas
cada cierto tiempo nos recuerda que nada es inamovible, que las estructuras
del Poder pueden caer con mucha facilidad y las relaciones comunitarias pueden
recobrar inusitada fuerza en esos momentos críticos.
Sin embargo, esto es solo un
calmante, porque es notorio que las relaciones comunitarias están siendo
destruidas día a día y no parece posible que se reconstruyan tan fácilmente. De
cualquier forma nuestra fuerza estará avocada a ese camino, fortalecer las
prácticas que reconstruyan los lazos de solidaridad cotidianos que el
capitalismo ha procurado destruir.
Reapropiarnos de nuestra vida. Descubrir
la certeza oculta de que esta sociedad no puede darnos lo que necesitamos para
desarrollarnos y vivir en plenitud nuestro tiempo, sino que sus mecanismos nos
roban la vida (trabajo, ocio en el mall, tiempo familiar frente a la tele o
individual frente al facebook, etc). Para combatir esto necesitamos dejar de
ser “masas” acarreables por este o este otro partido o pseudo-partido (con
poder o con aspiración a tenerlo) y constituirnos como seres pensantes que,
junto con cuestionar y críticar esta realidad, nos organizamos con nuestros
pares para tomarnos las tierras, recuperar la autonomía sobre nuestra
alimentación, rehacer nuestra educación, nuestro lenguaje y las formas como
compartimos, nos divertimos, nos amamos, para, de esta forma, recuperar y reconstruir
una existencia digna, libre de dominación o explotación.
El “progreso” es un cancer que se
expande, mata la tierra y por ende, nos mata a nosotrxs. No tiene un “lado
bueno” el cual podamos ocupar para emanciparnos como se creía a principios de
la modernidad, incluso por los revolucionarios. Su lógica[5] requiere
siempre abrir cerros, estupidizarnos con sus nuevos chiches técnológicos,
envenenar el agua y la tierra, cosificar todo a su paso[6], constituir
rutinas y alienarnos para servirle.
Muchas y muchos creemos que esta
sociedad está construida sobre falsedades y cimientos podridos. Y sobre éstos
no se puede levantar algo nuevo pues cederá prontamente. Todo está por
construir.
[1]
A diferencia
de lo que se suele creer, de que la “sobrepoblación” es la causante de las
hambrunas y problemas ambientales, la historiografia ha demostrado que el
aumento estrepitoso de la población va de la mano con el auge del capitalismo
en su fase industrial (y más aún en nuestra epoca actual), lo cual nos afirma
que este fenomeno es una necesidad del capitalismo.
[2]¿Casualidad? ¿Coincidencia? ¿O enemigo en acción?
por Manuel Acuña Asenjo (Chile) JUEVES, 08 DE ABRIL DE 2010.
[3] Debemos dejar claro que, al igual que cuando
hablamos de burgueses o proletarios, somos categóricos no por un afán de
“generalizar” como se podria acusar, sino por entender cómo operan los
dispositivos y cuál es el rol que cumplen. Por eso cuando decimos que los
medios funcionan de tal manera, no nos referimos a que las “individualidades”
que componen estos grupos (periodistas, editores, redactores y demases
profesionales de la información) sean seres malvados y tengan malas
intenciones. Claramente un periodista puede sentir y pensar, desde su
ingenuidad y su burbuja profesional, que aporta a la sociedad informando, pero
esto no tiene relación con el rol estructural que cumplen los medios, más allá
de las pretensiones personales. Asi tambien un latifundista o un empresario
puede tratar bien a sus trabajadores, ser un gran padre o amigo y hasta cuidar
el medioambiente, pero su voluntad subjetiva no se corresponde con el rol a
nivel global que cumple su clase social como reafirmación y reproducción de la
propiedad privada, la explotación y la dominación.
[4] Con Capitalismo no nos referimos solamente al
sector liberal de la economía, con EEUU a la cabeza, sino a la noción de
“progreso” moderno y la dictadura del valor, el cual se manifestó a nivel
histórico tanto en el sector occidental del mundo como en lo que conocemos como
“comunismo” (China, URSS, Korea del Norte, Cuba, etc) lo cual no fue mas que el
Capitalismo desde el Estado, con políticas a veces mucho mas genocidas. Sería
un buen y sano ejercicio entonces dejar de llamar “comunismo” a las dictaduras
de partidos de estos distintos paises, y dejar de decirles “comunistas” a los organismos socialdemócratas que hoy
participan en el gobierno y se coordinan con carabineros para guardar el orden
de sus rituales democráticos y autoritarios (marchas y/o actos ordenados, con
dirigentes vociferando que “es la hora… de que se unan a nuestro programa”)
[5] La cual es obviamente la lógica de la burguesia,
pero trasciende a esta: es la dictadura de lo inmaterial (dinero, valor, datos,
cifras, estadísticas) por sobre la vida material (nosotrxs, nuestro entorno,
nuestras relaciones). Tiene vida propia y se consume a si misma,
autodestruyéndose constatemente pero siempre reinventándose a través de
nuestras mercancías, tecnologías y mecanismos de control.
[6] Uno de los conceptos principales de esta
realidad: transformar en cosas todo a su paso. Ya sea la naturaleza (ahora
vista como “recursos”), las relaciones como la comunicación, el amor o la
sexualidad, el cuerpo y las necesidades vitales como la salud o la vivienda.
fuente: la pulenta página de metiendo ruído:
http://metiendoruido.com/2014/05/cuadernillo-descargable-8-tesis-criticas-sobre-las-ultimas-catastrofes-en-chile/
fuente: la pulenta página de metiendo ruído:
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