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Heroína
A Ana la conocí en un andén, bajo un asiento y desnuda. Era el último asiento del andén que lleva a Limache en la estación Barón. Estaba recogida y no se movía. Me acuerdo que yo llevaba un espejo pequeño que usaba a esa hora para terminar de arreglarme en el tren como todo el mundo femenino y que con ese espejo le reflejé la espalda, que era lo único que se le veía y que ella despertó de pronto sollozando y estirando sus extremidades, como por primera vez.
A Ana la conocí en un andén, bajo un asiento y desnuda. Era el último asiento del andén que lleva a Limache en la estación Barón. Estaba recogida y no se movía. Me acuerdo que yo llevaba un espejo pequeño que usaba a esa hora para terminar de arreglarme en el tren como todo el mundo femenino y que con ese espejo le reflejé la espalda, que era lo único que se le veía y que ella despertó de pronto sollozando y estirando sus extremidades, como por primera vez.